La vida es una realidad sagrada y debe ser custodiada como un don de Dios desde la concepción hasta la muerte natural. Ese don refleja la imagen y semejanza de Dios porque Él comparte su vida con su criatura. No solamente lo hace superior en el orden biológico a todos los otros seres vivientes, sino que le otorga su espíritu con todas las facultades, como la razón, el discernimiento del bien y del mal, la libre voluntad y su gracia. A lo largo de la historia, la persona humana ha podido reconocer determinados valores objetivos como la vida, la familia, la justicia, la solidaridad, la existencia de Dios, común a todas las culturas. Por eso, la religión ha sido y es un factor fundamental para el desarrollo de la conciencia moral. El sentido religioso es la cualidad natural que pone al ser humano en una actitud de búsqueda de lo trascendente, de ese Alguien que le ayudará a satisfacer sus ansias de poseer la verdad, y el deseo de hacer el bien para encontrar la felicidad. Lo religioso ilumina la verdad sobre la persona humana y le otorga el significado profundo de su pensamiento, de su acción y de su experiencia de vida en profundidad. La expresión más cabal de la dignidad humana se manifiesta en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Él abre definitivamente el camino de la realización del hombre y la mujer que vencen el pecado y a la muerte. Por eso, cada instante de la vida humana tiene el sentido y el valor de la salvación. Desde esta perspectiva, el misterio profundo de la vida humana y de la tensión con la “cultura de la muerte” merece una actitud crítica. No se puede llamar al crimen del aborto como un derecho a la libertad. No se debe entender la sexualidad como algo meramente genital, orientada hacia el desahogo en el placer físico. La sexualidad no es una mercancía expuesta al consumo, desvinculada del amor, de la responsabilidad, y de la preocupación por la plena realización de las personas en sociedad. No se puede entender el matrimonio como un simple contrato que se deshace con los mismos expedientes que en un acuerdo comercial. La vocación al matrimonio expresa el sentido de la vida como un don que se comparte en pareja, de varón y mujer, para construir la familia como comunidad de amor, cimentada sobre la fidelidad y el respeto mutuos. Solamente la familia, en su concepción tradicional de hombre y mujer, abierta a la acogida de los hijos, es capaz de configurar el lugar de pertenencia donde el ser humano aprende a ser persona. Allí adquiere su identidad y forja su personalidad. Porque el amor de los padres y la convivencia familiar hacen posible la unidad, en el amor de sus miembros, y construye la cultura de la vida.
" NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA "
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Hace 8 meses
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