sábado, 10 de agosto de 2013

Una lección de cortesía y urbanidad

En cierta ocasión Tomás Jefferson, quién entonces era presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, caminaba por una vía de la capital junto a un importante empresario. Mientras hablaban de diversos asuntos, un esclavo negro se cruzó con ellos y al reconocer al estadista lo saludó con gran cortesía. El presidente devolvió el saludo con mucha amabilidad y el empresario quedó sorprendido por el hecho, diciendo:
 - Pero señor presidente, ¿Cómo es posible que usted se moleste siquiera en saludar a ese esclavo negro? - ¿Cree usted – contestó Jefferson – que es bueno que un esclavo supere a un presidente en normas de cortesía y urbanidad?
 En nuestra vida cotidiana ¿somos capaces de comportarnos como el presidente o más bien pensamos como el empresario?
 ¿Cuántas veces juzgamos y tratamos a los demás en función de nuestra posición económica, laboral y/o social?
 ¿Cuántas veces dejamos de saludar al que barre en la calle o el que maneja un autobús?
 ¿Cuántas veces vemos con desdén al peatón que se nos atraviesa?
 ¿Cuántas veces tratamos a conserjes y personal doméstico como seres inferiores?
 ¿Cuántas veces en el trabajo damos a nuestros superiores un mejor trato que el que ofrecemos a nuestros subordinados?
 ¿Cuántas veces nuestros amigos reciben más atención que nuestra pareja o nuestros hijos?
 ¿Cuántas veces…….?
 ¿Seremos capaces un día de tratar a todo el mundo por igual sin importar el dinero, la posición social, el color de la piel, la nacionalidad, su posición política y/o su fe religiosa?
Publicado por Felipe Sangiorgi

El dinero nos puede cambiar.

En cierta ocasión un joven pobre pero emprendedor fue a visitar a un viejo sabio, con quién inició una larga conversación. El joven le contó de sus sueños, sus deseos de superación y cómo pensaba volverse rico en unos pocos años. Lo tenía todo bien planeado: las metas que debía alcanzar, los caminos que debía seguir, el esfuerzo continuo que debía realizar. Es más, desde hacía ya un tiempo el joven se había puesto a trabajar con ahínco y ya tenía andado una parte del camino que se había trazado. El sabio observaba que en el joven confluían un enérgico entusiasmo, una consistente perseverancia y una claridad de ideas que sin lugar a dudas lo llevaría al éxito en su cometido. Luego de tanto hablar, el joven le dijo al viejo: - Se que cuando sea rico, cuando tenga dinero, joyas, oro y plata, mi vida va a cambiar. ¿Tendrá algún consejo para cuando llegue ese momento? Con calma y dulzura el viejo se levantó de su asiento, tomó al joven de la mano y lo acercó a la ventana. - Mira – le dijo -¿Qué ves?. - Veo gente – respondió el joven Entonces el sabio giró y lo llevó ante un espejo que se encontraba en una esquina de la sala, se apartó ligeramente y le preguntó: - ¿Y ahora qué ves? - Ahora me veo yo, me veo a mí mismo – dijo el joven con tono muy seguro. - ¿Entiendes? – preguntó el sabio – En la ventana hay vidrio y en el espejo hay vidrio. Pero el vidrio del espejo tiene un poco de plata. Y cuando hay un poco de plata uno deja de ver gente y comienza a verse solo a sí mismo. El dinero no es malo de por sí. Es necesario y bueno tener dinero. El problema es cuando toda nuestra existencia gira en torno al dinero, entonces sin darnos cuenta nos podemos volver sus esclavos. . Publicado por Felipe Sangiorgi

La juventud de hoy en día

1.- ''Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos''. 2.- ''Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible.'' 3.- ''Nuestro mundo llegó a su punto crítico. Los hijos ya no escuchan a sus padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos'' 4.- ''Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura'' Estas cuatro frases fueron citadas por el médico inglés Ronald Gibson durante una conferencia sobre conflictos generacionales. Con risas nerviosas, cuchicheos, y movimientos afirmativos de sus cabezas, todos los presentes asintieron en que estas citas reflejaban con bastante certeza la situación de la juventud de los actuales momentos. Entonces el ponente informó el origen de sus citas: 1.- La primera es de Sócrates (470- 399 a. C.) 2.- La segunda es de Hesíodo (720 a. C.) 3.- La tercera es de un sacerdote del año 2000 a. C. 4.- La cuarta estaba escrita en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia (Actual Bagdad) y con más de 4000 años de existencia. Estas citas parecen invitar a los padres a estar más tranquilos ya que “siempre fue así…”, sin embargo esto no nos exime de la responsabilidad de educar a nuestros hijos con los más profundos valores humanos, éticos, morales y religiosos. Así como nosotros lo hicimos a nuestro debido tiempo, cuando nuestros hijos lleguen a la madurez cambiarán también, siempre y cuando hayamos sembrado en ellos las semillas adecuadas… Publicado por Felipe Sangiorgi

Siempre vales lo mismo.

Un adolescente estaba pasando por momentos muy duros. En su casa reinaba la discordia, su padre no dejaba de criticarlo por cualquier cosa y su madre, por miedo a mayores enfrentamientos, no tomaba partido en esos asuntos. Los hermanos tampoco lo trataban bien. Se burlaban de su apariencia, de los granos en su cara, de su forma torpe de andar y de su tono de voz que por estar cambiando parecía más bien de gallos de media noche. Nadie lo tomaba en cuenta, por lo que se sentía despreciable y su autoestima estaba por los suelos. Esta situación empezó afectar también su rendimiento en el colegio. Ya no prestaba atención en clase, no hacía sus tareas y reprobaba la mayor parte de los exámenes. Lo peor fue que como su actitud había cambiado, sus propios amigos de toda la vida empezaron a darle la espalda, a criticarlo y a burlarse de él. Sólo se le acercaban quienes tenían la peor conducta del salón. Un profesor en particular venía observándolo desde hacía un tiempo y finalmente decidió actuar. Al terminar una clase le pidió que se quedara. De mala gana se sentó en la primera fila mientras sus compañeros alborotados salían riéndose de él ya que suponían que iba a ser castigado o por lo menos reprendido. Un breve silencio generó un poco de tensión entre el profesor y el joven. Entonces, lentamente el profesor sacó un billete de 100 Dólares tan nuevo que todavía no había sido doblado por primera vez. Los ojos de su alumno empezaron a brillar, al tanto que el profesor le decía - ¿Lo quieres?, ¿quieres que te de este billete? - Si – respondió el joven con voz baja y dubitativa - Tómalo, es tuyo Pero cuando el joven se levantó de su asiento para tomar el billete, el profesor continuó: - Espera un momento, déjame hacer esto – dijo mientras arrugaba todo el billete una y otra vez – Ahora si es tuyo, ¿todavía lo quieres? - Claro que lo quiero – contestó el joven con cara de extrañeza. - Se me olvidaba algo – replicó el maestro mientras dejaba caer el billete para pisotearlo una y otra vez con sus viejos zapatos ya gastados – Creo que así estará mejor, ¿todavía lo quieres? – dijo finalmente mientras lo recogía del piso. - Por supuesto – dijo el joven con una media sonrisa esbozada en su rostro. - Ah, casi se me olvida lo más importante – volvió a interrumpir el maestro – Mira lo que hago ahora. Y ante la mirada de asombro de su alumno comenzó a escupir el billete una y otra vez hasta que tuvo un aspecto baboso y desagradable. Finalmente lo tomó con mucho cuidado por una esquinita y levantándolo en dirección a su alumno le dijo: - Ahora si es tuyo, ¿Todavía lo quieres? - Si, por supuesto que lo quiero – contestó con voz fuerte y gran determinación. - ¿Pero, porqué lo quieres si está todo arrugado, pisoteado y hasta escupido? - Por qué a pesar de todo siguen siendo cien dólares – contestó de inmediato el joven. - Has aprendido bien la lección, ahora aplícala a tu vida – y ante la súbita expresión de incomprensión en la cara del joven, continuó - Al igual que el billete, cada uno de nosotros tiene un valor que nadie nos puede arrebatar. Tu valor como persona, como ser humano, como hijo de Dios, no va a cambiar si otras personas te maltratan, te humillan, te desprecian o te agreden. Sin importar lo que te hagan o lo que otros piensen de ti, tu valor seguirá siendo siempre el mismo. Ahora bien, depende exclusivamente de ti que te des cuenta de todo lo que en realidad vales, de todos los dones que tienes, de toda la energía positiva que vive dentro de ti, de toda la capacidad que tienes para dar y amar. Para ello no le prestes atención a las opiniones necias y desfavorables de quienes te rodean. Un día despertarás y te darás cuenta que en realidad tu vida es invalorable. El profesor continuó hablando sobre todas las virtudes y aspectos positivos que él veía en su alumno. La cara del joven había cambiado por completo, su postura encorvada se había enderezado, sus ojos volvían a brillar y repentinamente se paró, dio las gracias y se dispuso a salir del salón con la actitud de quién está dispuesto a conquistar el mundo. Pero la lección todavía no terminaba. El profesor le dijo: - Espera un momento, toma, llévate el billete sólo para que lo guardes y puedas recordar cuánto vales cada vez que te sientas atacado o deprimido. Pero hay una condición: debes prometerme que la semana que viene me entregarás otro billete completamente nuevo de la misma denominación, así podré enseñarle esta misma lección a otros de tus compañeros que también la necesitan. . Publicado por Felipe Sangiorgi

El ciego y su futuro

Desde hacía mucho tiempo, un ciego venía sentándose en una concurrida plaza de la ciudad. Había perdido la vista en un accidente y al no poder seguir trabajando, se había dedicado a pedir limosna. Llegaba siempre a la misma hora, con una lata vacía y un viejo cartel de cartón que decía “ESTOY CIEGO, AYÚDEME POR FAVOR”. Lo que obtenía tras ocho horas sentado siempre en el mismo rincón apenas le alcanzaba para sobrevivir. Sin embargo encontraba cierto consuelo en las amenas conversaciones que en ocasiones se producían con quienes, en búsqueda de esparcimiento, transitaban aquella hermosa plaza. Un día, uno de sus amigos se le acercó y comenzaron a hablar sobre su situación. El ciego se lamentó ya que nunca lograba llevar a casa más que unas pocas monedas y eso no alcanzaba para nada. El amigo se quedó en silencio y le dijo: - En estos días leí que el famoso científico Albert Einstein escribió "Si haces lo que siempre has hecho, obtendrás los resultados que siempre has obtenido" – y tras una breve pausa continuó – Es posibles que tengas que hacer algo diferente para que mejoren las cosas. Esa noche, al llegar a casa, el ciego no pudo dormir con tranquilidad pensando en aquello que le dijo su amigo. A la mañana siguiente se levantó temprano pero no fue para la plaza, sino que decidió visitar la carpintería de un vecino que se encontraba en la siguiente cuadra. En la tarde regresó a su casa con una sonrisa en el rostro y con una tabla pintada bajo el brazo. - Mañana me irá mejor – expresó con entusiasmo a su esposa. Al día siguiente vistió mejores ropas que de costumbre y emprendió el camino a la plaza. En lugar de sentarse en el mismo rincón de siempre, se ubicó en una vereda más transitada en la cual no había sombra. De inmediato se empezaron a sentir los cambios. Una semana más tarde pasó nuevamente su amigo y lo primero que observó fue que la vieja lata estaba mucho más llena que de costumbre. Luego vio el nuevo cartel que decía “HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA". Finalmente le dijo: - Veo que hoy te va mucho mejor, tú estás mucho mejor arreglado y tu cartel está espectacular, pero ¿porqué te pusiste aquí en el sol en lugar de colocarte bajo una buena sombra? - Tu me lo dijiste “Si hago siempre lo mismo, obtendré siempre el mismo resultado”. Este nuevo cartel llama más la atención, es más bonito y el mensaje es más optimista. Con respecto a mantenerme aquí bajo el sol, es una forma de mostrar a las personas que pasan que estoy dispuesto a hacer un sacrificio adicional para obtener su ayuda. Cuando escucho que se me acercan los niños les narro algún cuento bonito y sus padres siempre lo agradecen con un aporte mayor. Uno de ellos me contrató para que asistiera a una reunión con la finalidad de entretener con mis historias a los hijos de los presentes. Ya voy a mandar a hacer otros carteles con las ideas que se me están ocurriendo… Cuántas veces nosotros nos quejamos por que siempre es lo mismo, por que siempre obtenemos los mismos resultados, por que nunca nos va mejor. No culpemos a los demás por eso. Es muy posible que seamos nosotros los que tengamos que hacer pequeños cambios en nuestras rutinas, en nuestra manera de actuar y de hacer las cosas para que se produzcan importantes cambios en nuestra vida. ¿Cuántas veces nosotros no somos los ciegos? . Publicado por Felipe Sangiorgi

Siempre criticando…

Un abuelo, una mujer y un niño salen de un pueblo hacia otro. El abuelo va sobre una mula y los otros caminan. Al pasar por un caserío, la gente comenta que el abuelo es bien desconsiderado y poco caballeroso, que debería cederle su puesto a la mujer. Ellos oyen el comentario, entonces el abuelo baja de la mula y le cede el puesto a la mujer. Siguen su camino. Al pasar por otro caserío, la gente comenta lo desconsiderada que es esa mujer que esta cómodamente sentada mientras ese pobre niño camina con la lengua afuera bajo el sol inclemente. Oyen nuevamente el comentario, entonces la mujer se baja y sube al niño sobre la mula mientras siguen el camino. Cuando pasan por otro caserío, la gente critica el hecho que el niño va sentado en la mula mientras el pobre abuelo pasa tanto trabajo. Frente a tanta crítica contradictoria, entonces deciden subirse los tres juntos en la mula. Pasan felices por otro caserío y entonces los habitantes se quejan porque tanto peso es demasiado para la pobre mula. Cabizbajos los tres se bajan de la mula y se ponen a caminar. Cuando finalmente llegan a su destino, la gente en la plaza se burla de ellos: “que idiotas, venirse caminando en lugar subirse en la mula”. Lamentablemente en nuestra sociedad estamos acostumbrados a criticarlo todo, sin analizar, sin tratar de ver las cosas desde otra perspectiva, sin percatarnos de que en todas las situaciones existen cosas positivas. Muchas veces caemos en constantes contradicciones, como ocurre en esta historia. Las críticas que les hacemos a los demás nos convierten en victimarios ya que la mayoría de las veces, bajo la excusa de que se trata de una “crítica constructiva”, en realidad lastimamos a la otra persona. También somos víctimas de las críticas que nos hacen los demás, pero esto sólo ocurre cuando les hacemos caso, como en esta historia. En lugar de prestarle atención a las críticas insensatas, debemos tomar nuestras decisiones con criterio propio y actuar en consecuencia con voluntad y firmeza. Publicado por Felipe Sangiorgi

Nos hacen falta pruebas de que Dios existe

En cierta ocasión un afamado astronauta se encontró con el prestigio médico que tiempo atrás lo había operado. En el transcurso de la conversación el astronauta afirmó: - Estoy convencido de que Dios no existe. - ¿Porqué? ¿Cómo es eso? – preguntó el médico. - Viajé varias veces por el espacio, viví seis meses en la estación espacial, pasé horas enteras escudriñando el espacio, pero jamás vi a Dios. El médico se quedó pensando unos segundos y repuso: - Pues sabes que los pensamientos tampoco existen - ¿Cómo? - Pues bien, sabes que soy neurocirujano. He abierto y operado cientos de cerebros, inclusive el tuyo, y por más que he buscado, jamás llegué a ver o a tocar un pensamiento. - Pero es que un pensamiento no es algo tangible, no es algo que se pueda ver y tocar a placer – replicó el astronauta – Los pensamientos existen, sin necesidad de que tengas pruebas físicas en tus manos. - ¿Y que te ha hecho pensar que con Dios es diferente? ¿Y porqué quieres ver y tocar a Dios para convencerte que existe? Publicado por Felipe Sangiorgi

Hijo, ¿Por qué nos mientes?

Juan era un joven como muchos otros: mentía. Si, mentía con frecuencia y por cualquier cosa. Sus padres se habían percatado de ello, pero era poco lo que hacían al respecto. De vez en cuando le llamaban la atención o lo reprendían levemente, aunque lo común era que se hacían de la vista gorda. Creían que se trataba de algo pasajero y que pronto dejaría de hacerlo. Pero no fue así. Cada vez sus mentiras se volvieron más complejas y afectaban a todos los que lo rodeaban. Un día llegó a casa con una mentira que involucró gravemente a su hermano menor. Fue la gota que derramó el vaso. Sus padres se pusieron furiosos y perdieron la compostura. Sin medir sus palabras acusaron al joven de mentiroso, de desagradecido, de no querer a su familia. Juan se sintió acorralado y optó por callar mientras sus padres alterados seguían vociferando cualquier cantidad de preguntas, cuestionamientos y amenazas. Mientras su madre acusaba a la escuela y las maestras por no haberle enseñado el valor de decir la verdad y por no haberlo corregido a tiempo, la mente de Juan empezó a divagar. De repente recordó que una vez, cuando era niño, había salido con su madre al mercado. En el camino se detuvieron frente a una tienda donde ella se compró una hermosa blusa. Luego continuaron su camino y cuando llegaron al mercado el dinero no alcanzó para todo lo que tenían que comprar. Al llegar a la casa ella le dijo a su esposo que no le había dado suficiente dinero, que las cosas habían subido mucho de precio y que ya la plata no alcanzaba
para nada… pero no le dijo que se había comprado la blusa. Luego le vinieron a la mente diversas ocasiones en la que ella le había dicho a su papá que había pasado toda la tarde limpiando y ordenando la casa, cuando en realidad había visto todas las novelas de la tarde. Continuaba la discusión en la casa. El padre de Juan también tenía culpables. Las mentiras debían ser fruto de las malas influencias de los vecinos y sus amigotes del colegio que nunca le dieron buena espina. En ese momento Juan recordó las numerosas veces que al sonar el teléfono su padre le decía que atendiera y que si era fulanito o sutanito le dijera que todavía no había llegado a la casa o que estaba durmiendo. También recordó las veces que su papá le había dicho a su mamá que estaba en el trabajo, cuando en realidad iba a un bar con sus amigos. Cuando ya las cosas se fueron calmado en la casa, sus padres se sentaron frente a él, lo miraron a los ojos y le preguntaron con serenidad: - Hijo ¿Por qué nos mientes? Juan los miró a los ojos y aunque nunca contestó, en su mente apareció claramente la respuesta: - ¡Porqué ustedes me enseñaron! Publicado por Felipe Sangiorgi

La libertad de los monjes

En una antigua abadía europea donde hacen vida de clausura un desconocido número de monjes, un feligrés se acercó al abad y diciéndole. - He observado que en la iglesia todos los monjes se sientan a la derecha, detrás de unas gruesas rejas metálicas. - Así es – contestó el abad - Eso me parece inútil y hasta falso - ¿Por qué, señor? - ¿Acaso ustedes no hacen votos de castidad? - Por supuesto que sí. - Pues si hacen este voto, ¿de qué sirven las rejas? y si ponen las rejas, ¿de qué sirve el voto? Con calma y serenidad el abad contestó: - Mi estimado señor, estas rejas no son para prohibir salir a los monjes del lugar, son para que el público no entre a profanar el silencio de este recinto con su curiosidad morbosa. Luego tomó el cordón que colgaba de su cintura y le dijo: - Mire, cada uno de nosotros tiene al final de su cordón una llave que abre una pequeña puerta que está al final del jardín. Ella conduce al mundo exterior. Nadie nos obligó a entrar al claustro, nadie nos obliga a permanecer en él y si queremos salir podemos hacerlo cuando nos plazca. En eso consiste la verdadera libertad, en tener la posibilidad de elegir. El silencio fue elocuente, entonces el abad agregó: - Muchos de los que están afuera solo ven nuestras rejas y creen que nosotros somos los prisioneros mientras ellos gozan de libertad. Sin embargo no se dan cuenta que ellos son los prisioneros de sus prejuicios, de sus rutinas, del trabajo que no les gusta, de las limitaciones que ellos mismos se han impuesto, del ¿qué dirán?, y de tantas otras cosas. Ellos están tan preocupados por ver las rejas de los demás que han olvidado que ellos también tienen una llave que abre a placer el camino de salida, el camino del cambio. Esta llave abre las puertas de la reflexión, de la autosuperación, de la motivación, del optimismo, de la perseverancia, del valor, del ánimo, del amor y de tantos otros valores que están dormidos dentro de nosotros mismos a la espera de ser llamados. Publicado por Felipe Sangiorgi

Dios siempre está presente

En cierto pueblo vivía Pedro, un hombre que creía fervientemente en Dios. Un día empezó a llover y al ver que se aproximaba una fuerte inundación, todos los lugareños decidieron abandonar el lugar y ponerse a buen resguardo. Cuando pasaron por casa de Pedro, éste les dijo que se quedaba ya que “Dios lo iba a salvar”. No hubo manera de convencerlo, Pedro se quedó y todos los demás se fueron. Transcurrieron las horas y el nivel del agua subió más de metro y medio. En eso pasó por casa de Pedro un hombre en su pequeño bote. Le ofreció un espacio para que se subiera, pero Pedro se negó nuevamente ya que “Dios lo iba a salvar”. Sin entender la actitud de Pedro, el hombre siguió navegando en búsqueda de otros a quienes ayudar. Seguía lloviendo a cántaros y pronto el agua obligó a Pedro a subir sobre el tejado de su vivienda. En eso llegó un helicóptero de rescate que sobrevolaba la zona. Una vez más Pedro se negó a partir ya que “Dios lo iba a salvar”. Pero la fuerza de la naturaleza fue implacable, destruyó la casa y se llevó consigo la vida de Pedro. Como era un buen hombre, el alma de Pedro subió al cielo donde se encontró con Dios. Al verle, Pedro le preguntó entristecido: - Toda mi vida creí en ti y seguí la senda del bien. Fervientemente estaba convencido que me ibas a salvar, pero no fue así. Ahora yo estoy aquí, mientras que mis seres queridos lloran mi muerte. ¿Por qué no me salvaste de aquella tragedia? Con mucha dulzura, Dios le respondió: - Hijo mío, claro que traté de salvarte: envié primero a tus vecinos, luego a un buen hombre con su bote y finalmente a un helicóptero de rescate, sin embargo en cada ocasión tú te negaste a recibir la ayuda. Publicado por Felipe Sangiorgi

El rencor, una carga para nosotros mismos

En un antiguo monasterio, el monje más sabio convocó a todos los aprendices a una reunión en el área de la cocina. A medida que fueron llegando los jóvenes, el maestro les fue entregando a cada uno un saco de lona desteñida. Cuando todos se colocaron alrededor de la mesa central el monje les dijo: - Todos guardamos en nuestro corazón diversos rencores contra familiares, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos y a veces hasta contra nosotros mismos. Busquen en el fondo de sus corazones todas las ocasiones en las cuales ustedes han dejado de perdonar alguna ofensa, algún agravio o cualquier acción que les haya producido dolor. Entonces tomen una de estas papas, escriban sobre ella el nombre de la persona involucrada y colóquenla en el saco que les di. Repitan esta acción hasta que ya no encuentren más casos en su memoria. Acatando las instrucciones, todos fueron llenando poco a poco sus respectivos sacos. Al terminar el monje agregó: - Ahora deberán cargar el saco que llenaron durante todo el día a lo largo de dos semanas, sin importar dónde vayan o qué tengan que hacer. Pasados quince días, el sabio volvió a reunir a los aprendices y les preguntó - ¿Cómo se han sentido? ¿Qué les ha parecido esta experiencia? - Es una carga realmente pesada, tal vez excesiva. – Respondió uno – Estoy cansado y me duele la espalda. - No es tanto el peso, sino el olor nauseabundo que empiezan a emitir la papas que ya están podridas – replicó otro. - Cuanto más pensaba en las papas, más me pesaban y más sentía ese desagradable olor – dijo un tercero. A lo que el maestro contestó: - Pues bien, eso mismo es lo que pasa en nuestros corazones y en nuestro espíritu cuando en lugar de perdonar guardamos rencor. Al no perdonar a quién nos hirió, creemos que le estamos haciendo daño, pero en realidad nos perjudicamos a nosotros mismos. No sabemos si al otro le importa o no recibir nuestro perdón, pero lo que si es cierto es que el rencor que vamos acumulando a través del tiempo afecta nuestra autoestima, nuestra capacidad de vivir a plenitud, de amar, de ser felices y de desarrollarnos emocional y espiritualmente. El rencor se convierte en una fuerte y desagradable carga que lamentablemente se va haciendo más pesada cada vez que pensamos en lo ocurrido. El rencor va secando nuestro corazón. Aprendamos a perdonar al otro aún si no se ha disculpado, aún si no se lo merece. No sabemos si ese perdón será de utilidad para el otro, lo importante es que con toda seguridad nos fortalecerá a nosotros mismos. Publicado por Felipe Sangiorgi