miércoles, 8 de febrero de 2012

Como corderos en medio de lobos


Fuente: Evangelizacion Activa www.evangelizacion.org.mx


Lucas 10, 1-12
En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan: ‘Que la paz reine en esta casa‘. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios‘.

Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca‘. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad".

+ Reflexión

Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin, cuando vemos que aún el mensaje del Evangelio no penetra nuestros corazones ni las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos. Y no es que el Señor haya desatendido la oración de la Iglesia, sino más bien que pocos son los que han respondido a la invitación. No pensemos sólamente en las vocaciones religiosas (sacerdotes y religiosas), pensemos en que cada uno de nosotros, por el bautismo, nos hemos convertido en discípulos del Señor, en hombres y mujeres comprometidos a testificar nuestra fe. Si cada uno de los bautizados tomara en serio su papel en la Iglesia se multiplicarían las manos y el trabajo sería mucho más fácil. Se podría llegar a donde hasta ahora el Evangelio no ha llegado.

Jesús llama a cada uno de nosotros, seamos casados, solteros o religiosos consagrados, a participar activamente en la evangelización. Tomemos con celo este llamado y desde nuestra vocación particular hagamos cuanto esté de nuestra parte para que el Evangelio impregne todas las estructuras de nuestra sociedad, para que Cristo sea verdaderamente el Señor de todos los corazones. Tú puedes hacer algo... ¡Decídete!

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

Ser instrumento de Dios es ser como una trompeta por la cual pasa el aire. Quien sopla el aire y quien hace la melodía es Dios; no nosotros mismos. ¡Nosotros somos solamente trompetas! Nosotros somos instrumentos.


Los que sentimos el llamado a evangelizar, a misionar, debemos tener esto siempre en cuenta: Misionar no es proyectarnos nosotros mismos. No es soplar la trompeta nosotros. Es dejar que sea Dios quien lo haga. Evangelizar no es ni siquiera llevar nosotros al Señor: es sobre todo llevar al Señor en nosotros. Como hizo la Santísima Virgen cuando llevó a su Divino Hijo en su vientre al visitar a su prima Santa Isabel y a San Juan Bautista.

Y para llevar al Señor en nosotros y que así el Señor llegue a los demás, es necesario llenarnos de El. ¿Y cómo nos llenamos de El? En la oración, en la oración frecuente y constante. En los Sacramentos, en la recepción de los Sacramentos también frecuente y constante. La oración y los Sacramentos nos van haciendo instrumentos dóciles en las manos del Señor, para que El sople su melodía a través nuestro y dejemos nosotros de tocar nuestra propia melodía.

No hay Evangelización, no hay verdadera Misión, si no hay vida de Dios en nosotros. La Misión se basa en tener confianza en Dios, y no en confiar en nosotros mismos. ¡Cómo vamos a confiar en nosotros mismos si nos dice el Señor que vamos “como corderos en medio de lobos”!
Seguir a Cristo no es fácil, Jesucristo no duda de anunciárselo a sus apóstoles. Nos da unas recomendaciones que es bueno meditar. El apóstol de Jesucristo, el cristiano convencido debe ser prudente y sagaz. Jesucristo nos envía como ovejas en medio de personas opuestas radicalmente a su mensaje. De este evangelio podemos sacar dos enseñanzas. En primer lugar debemos también nosotros, discípulos de Cristo buscar ser hábiles e inteligentes como lo son los hijos de las tinieblas. Ser cristiano no significa ser ingenuo o inconsciente. Al contrario, Jesucristo nos exhorta a estar con los ojos bien abiertos y buscar inteligentemente cómo predicar su evangelio y extender su Reino. En segundo lugar vemos que Cristo no nos deja solos, el Espíritu Santo está siempre con nosotros. Jesús nos ama tanto que quiere lo mejor para nosotros y eso a veces implicará persecuciones, rechazos, sufrimientos… pero al mismo tiempo nos promete la salvación y la victoria final. Vale la pena sufrir y ser rechazado por el nombre de Jesucristo. Si Él ha sufrido tanto por nosotros ¿no es acaso una oportunidad poder sufrir también nosotros un poco por Él? En medio de nuestras dificultades tenemos la certeza de la cercanía de Jesús. Jesús nos invita a ser sagaces para extender su Evangelio, nos predice que vamos a tener persecuciones y dificultades en esta dura tarea, pero nos promete estar siempre a nuestro lado. Éste es el mejor regalo que nos pudiera haber dado, su presencia, su compañía, su cercanía, su consuelo, su aliento, la seguridad de ayuda permanente.

El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor…


Lucas 9, 46-50

En aquel tiempo se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor». Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».


Reflexión


¡Qué difícil es mantenerse sencillo en una sociedad tan rival como la nuestra! Todos queremos más: el ascenso, la promoción, el prestigio, el aparentar... así como les pasó a los discípulos, a ver quién es el más importante. Se ve que las raíces humanas son iguales para todos.

Es preciso liberarse de la tiranía de la “fachada” para vivir en la verdad de nuestro ser. ¿Qué ganas con los aplausos si después en la soledad del corazón queda la angustia y el miedo? Es importante sanear nuestra historia, iluminar tantas zonas obscuras y liberar tantos miedos que nos atenazan. Sólo así podremos disfrutar la alegría y sencillez de los niños para acoger gozosamente la voluntad de Dios, y así ser “importantes” en el Reino de los Cielos.

La felicidad no viene del mucho tener, ni tampoco del gran saber; es planta fina, cultivada en la pureza del corazón y que da sus frutos en la paz y sencillez de vida.

¡Oh Dios!, que aborreces al que da con arrogancia y te complaces en los limpios y sencillos, te pedimos nos concedas un corazón pobre y humilde para gozar de las cosas de la vida con la alegría y la paz de los niños y así ser testigos de tu Bondad entre los hombres.

martes, 7 de febrero de 2012

¡Vete, vete de aquí!


Mientras estos esposos gozan la gracia de Dios, en la sacristía, donde el Padre Pío esta confesando, se oye el golpe violento de la ventanilla del confesionario.

Sale una muchacha llena de lágrimas, que dá la vuelta y va enfrente del Padre para suplicarle que la confiese.

Padre Pío”¡Vete, vete de aquí!” le dice el Padre Pío en tono enérgico. “¡No tengo tiempo para ti!”
Ella continua sollozando como si el corazón le estuviera estallando.

Nadie se mueve. Se crea un profundo silencio, y los ojos de todos están sobre la muchacha. El Padre Pío continua confesando tranquilamente.
Se le acerca otro padre que esta encargado del orden y le dice: “Tranquilízate. No tengas miedo”.

Se la lleva luego un poco lejos del confesionario y dialoga con ella. Al fin la muchacha se retira confortada, besándole la mano.

Una persona se le acerca a este religioso y le pregunta:

- “¿Por qué el Padre Pío es tan duro con ciertos penitentes?”

- “El Padre Pío”, contesta el padre, “lee las consciencias y recibe a los que no están bien dispuestos”.

- “¿Y si estos no regresan?”

“¡Pierda cuidado! el Padre Pío no las rechazaría si no supiera que regresarían. Para lavar un corazón es necesario una lluvia de lágrimas.
Un buen medico no titubea en usar el bisturí”.

“Entonces….esta muchacha…”

“¡No se preocupe! Ella vino, quizás por curiosidad, Muchas mujeres vienen por curiosidad. El Padre Pío lo intuye. No quiere que se confiesen para verlo. ¡Esa no es una confesión! Dentro de dos o tres días esta muchacha regresara preparada. ¿Cree usted que el Padre Pío no haya ya orado por ella? Pero es necesario esperar que la gracia actúe”.

Intercesión del Padre Pío


Así lo recuerda en esta entrevista concedida a la agencia de la Santa Sede Fides la profesora la señora Poltawska, que después experimentó una inexplicable curación. Hoy es catedrática de Medicina Pastoral en la Academia Pontificia de Cracovia.

CIUDAD DEL VATICANO, 16 junio 2002 (ZENIT.org).- …………………

Juan Pablo II visitó al padre Pío en su convento de San Giovanni Rotondo, sur de Italia, en 1947, cuando era un simple sacerdote polaco que estudiaba en Roma. Además, oró ante su tumba en 1974 cuando era arzobispo de Cracovia y, en 1987, ya como Papa. Algunos aseguran que al padre Pío profetizó que Karol Wojtyla sería obispo de Roma.

–¿Qué es lo que más le impresionó del padre Pío?

–Poltawska: Lo que me impresiona de la persona del padre Pío es ante todo su testimonio de vida interior, de vida unida a Dios. El padre Pío, con cada fibra de su ser, nos muestra que el verdadero nivel, la auténtica dimensión que tenemos que alcanzar es la vida espiritual: vivir en comunión de espíritu con el Señor Jesús para recibir su misma vida. En nuestro tiempo, muchos olvidan que la verdadera dimensión humana es la eterna, porque es Dios quien nos ha creado y Dios es eterno. El padre Pío, al igual que todo santo, testimonia al mundo que la vida no termina con la muerte, sino que, en realidad, después de la muerte inicia una vida más auténtica, pues está totalmente sumergida en Dios. El lenguaje de quien no cree en Dios se detiene en las pobres categorías psicológicas, sociológicas y corporales… El padre Pío nos habla de la verdadera dimensión del hombre, de la verdadera medida de la persona humana, porque nos habla de Dios: sí, Dios existe y el padre Pío lo testimonia.

–¿Podría contarnos, sin necesidad entrar en detalles, qué sintió después de haber recibido la gracia de la curación por intercesión de el padre Pío? Después del milagro, usted viajó a San Giovanni Rotondo a ver al fraile, ¿puede decirnos que probó al encontrarse con el padre Pío?

Poltawska: Ciertamente no es fácil decir lo que he vivido. Primero pensé que era una equivocación de diagnóstico de los médicos. Luego, al tomar conciencia de lo que me había sucedido, sobre todo después del encuentro con el padre Pío, me di cuenta de que era una intervención de la gracia de Dios que había obtenido gracias a las oraciones del padre Pío. Lo que me impresionó, cuando en mayo de 1967 viajé por primera vez a San Giovanni Rotondo, fue la mirada del padre Pío, sus ojos y sus palabras henchidas de fe, en particular durante la celebración de la santa misa. Yo no sabía nada de él, pero desde que le encontré no le he vuelto a olvidar. Ese día me encontraba en medio de la multitud. Asistía como todos a la misa. Después, el padre Pío, como de costumbre, aunque con mucha fatiga, pasaba en medio de la gente. Cuando se me acercó, sin decirme nada, me miró y me acarició paternalmente la cabeza. Las mujeres me preguntaron quién era yo. Les había impresionado el que el padre Pío se detuviera precisamente ante mí. Yo sólo les respondí: «soy de Polonia». Ese momento en que me miró sin decirme nada ha permanecido impreso para siempre en mi memoria. No es fácil para mí pensar que soy alguien que ha sido curada milagrosamente.

–¿Qué le impresionó del padre Pío?

Poltawska: Como ya he dicho, me impresionó su mirada y cómo celebraba la santa misa. La celebraba viviéndola; se veía que el padre Pío vivía un verdadero misterio y un verdadero sufrimiento. Nunca he visto algo similar en otra misa. Con un silencio tan henchido de temor de Dios y de devoción. Todos estaban silenciosos porque estaban muy impresionados por su manera de celebrar la misa. En aquella época el padre Pío sufría mucho, también físicamente. Casi no podía caminar: murió un año después.

–Usted conoce bien a Juan Pablo II, desde los tiempos de Cracovia. ¿En qué se parecen el padre Pío y el Papa?

Poltawska: En la profundidad de su fe. También el Santo Padre vive en esa dimensión espiritual, siempre en contacto con Dios. Está seguro de que Dios existe, que está aquí, que está presente y sabe todo y que lo domina todo. Esta profundidad de fe me ha impresionado muchísimo en ambos. Ellos viven una fe cierta, fuerte, por eso creen que todo es posible para Dios. Con la fe inquebrantable en el Señor Jesús podemos lograrlo todo y ellos están convencidos de ello.

–¿Qué ha significado para Usted participar en la Plaza San Pedro en la canonización del padre Pío?

Poltawska: Pienso que esto es como un punto de llegada de un largo camino, el camino del reconocimiento de la santidad del padre Pío. El Santo Padre, antes todavía de ser Papa, estaba seguro de que el padre Pío era santo. Con esa disposición fue a ver al padre Pío y se confesó con él. La canonización es un cumplimiento, diría, natural, para el Santo Padre. Pone su sello sobre un itinerario iniciado hace tiempo, sopesado profundamente por la Congregación para las Causas de los Santos, estudiado bajo todos sus aspectos. El Papa ha dejado que cada uno cumpliera con su cometido, pero en su corazón, ciertamente, ha estado siempre seguro de que este hombre ha sido excepcionalmente amado por Cristo, con su vida llena de sufrimientos. Pienso que el Santo Padre ha rezado durante mucho tiempo por esta canonización. Él estaba seguro desde hace muchos años de que Padre Pío alcanzó una gran santidad……

–¿Quiere decirnos algo sobre lo que nos está enseñando Juan Pablo II sobre el sufrimiento con su ejemplo en estos años de su vida?

Poltawska: Puedo repetir lo que ha dicho el Santo Padre: el sufrimiento es el mayor misterio de Dios, no se puede comprender, sólo se puede aceptar. Es ante todo un misterio y nosotros –los católicos– no tenemos que quedarnos simplemente en discusiones sobre el sufrimiento de los inocentes, no debemos preguntar «por qué», sino ofrecerlo al Señor, como hace el Papa. Uniéndolo a nuestro Señor Jesús, por la salvación del mundo. ¿No nos enseña esto el padre Pío? Todo está en manos de Dios. Es Dios quien tiene en sus manos la vida del Santo Padre; el Santo Padre se fía de Él y le encomienda todo, y todo lo espera de Dios; así ha sido hasta hoy, así será hasta el fin.

La Santa Misa explicada por San Pío Pietrelcina


Él me había explicado poco después de mi ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo. Desde ese momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente la Pasión.

Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta “marea negra” de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a nosotros.

El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado…

El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta “Hora”.

Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presento en el “momento” a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.

La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa.

El Padre Pío celebrando la Santa Misa…Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración.

El “Por él, con él y en él” corresponde al grito de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Desde ese momento el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombre en adelante ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: “Padre Nuestro…..”

La fracción del Pan marca la muerte de Jesús…..

La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte…) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.

La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del Maligno….

Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya pedido seguirle por este camino…lo que hago cada día…¡y con cuánta alegría!.

Testimonio del P. Derobert, hijo espiritual del Padre Pío

La esencia del Ser


Sabrás del dolor y de la pena de estar con muchos, pero vacío. … Sabrás de la soledad de la noche y de la longitud de los días. Sabrás de la espera sin paz y de aguardar con miedo. Sabrás de la soberbia de aquellos que detentan el poder y someten sin compasión. Sabrás de la deserción de los tuyos y de la impotencia del adiós. Sabrás que ya es tarde y casi siempre imposible. Sabrás que eres tú el que siempre da y sientes que pocas veces te toca recibir. Sabrás que a menudo piensas distinto y tal vez no te entiendan. Pero sabrás también: Que el dolor redime. Que la soledad cura. Que la fe agranda. Que la esperanza sostiene. Que la humildad ennoblece. Que la perseverancia templa . Que el olvido mitiga. Que el perdón fortalece. Que el recuerdo acompaña. Que la razón guía, Que el Amor dignifica… Porque lo único que verdaderamente vale es aquello que está dentro de ti, y por encima de todo esta Dios ! “Sólo tienes que descubrirlo y así hallarás la verdadera Paz.”

Juan XXIII

María, estrella de la esperanza (Benedicto XVI)


Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de mil años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como « estrella del mar »: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta.

Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza.

Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía.

Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?

Así, pues, la invocamos:

Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó « el consuelo de Israel » (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, « la redención de Jerusalén » (Lc 2,38). Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf. Lc 1,55).

Así comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo.

Por ti, por tu « sí », la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia.

Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho « sí »: « Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38).

Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia.

Pero junto con la alegría que, en tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo. Sobre su nacimiento en el establo de Belén brilló el resplandor de los ángeles que llevaron la buena nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios en este mundo. El anciano Simeón te habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35), del signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo. Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste quedarte a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que Él había venido a instituir y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lc 11,27s). No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de aquella palabra sobre el « signo de contradicción » (cf. Lc 4,28ss).

Así has visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo.

La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza?

¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la anunciación: « No temas, María » (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis! En la noche del Gólgota, oíste una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la traición, Él les dijo: « Tened valor: Yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). « No tiemble vuestro corazón ni se acobarde » (Jn 14,27). « No temas, María ».

En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: « Su reino no tendrá fin » (Lc 1,33).

¿Acaso había terminado antes de empezar?

No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua.

La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés.

El « reino » de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este « reino » comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza.

Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.

Benedicto XVI,

María y la espiritualidad



Es sorprendente constatar, en relación con la Virgen María, conocida universalmente como la Madre de Jesús, que su ternura maternal, su belleza espiritual, su pureza y su mansedumbre, únicas, atraen hacia ella una inmensa multitud de niños y hombres, de todos los orígenes culturales! Por ejemplo, con frecuencia encontramos musulmanes, e incluso budistas que la veneran y no dudan en rezarle.

En cuanto a los cristianos, dentro de las comunidades protestantes, raros son los que aceptan rezarle a Cristo a través de su Madre, en cambio, no sucede lo mismo en la Iglesia católica o en la Ortodoxa: la Santa Virgen en la espiritualidad comunitaria y personal de los bautizados como en la vida litúrgica, ocupa un lugar insustituible: el de Madre. “Madre del Redentor”, “Madre de Dios”, “Madre de la Iglesia”, “Madre de los hombres”….

¡Cuántas instituciones cristianas, órdenes y otras congregaciones religiosas masculinas y femeninas, a lo largo de los años y en todos los continentes, han escogido a la Virgen María como modelo y santa patrona! Existen miles…

Con María, el rostro maternal de la Iglesia

Y cómo no comprenderlo si la dimensión mariana recorre, en realidad, toda la vida del cristiano:

* primero como madre del Salvador y Madre de los hombres, la Virgen de Nazaret acompaña maternalmente nuestro encuentro con su Hijo y su oración de intercesión está considerada, desde los tiempos del inicio del cristianismo, como la más poderosa ante el Corazón de Dios ;
* María es también, lo reconocen los grandes místicos y los Doctores de la Iglesia, “el camino más dulce y amable para llegar a Jesús” ;
* En los grandes misterios de la Fe, la Encarnación y la Redención del mundo a través de Cristo nuestro único Redentor, la Virgen María participa en ellos a título excepcional, de manera que la Iglesia no puede disociarla tanto en su magisterio como en la oración.

Esto llevó a decir al Papa Juan Pablo II, cuya profunda espiritualidad mariana todos conocemos, que “El pueblo de Dios, bajo la dirección de sus pastores, está llamado a discernir en este hecho la acción del Espíritu Santo, quien conduce a la fe cristiana por los caminos del descubrimiento del rostro de María”

María de Nazaret
http://denazaret.wordpress.com/2011/03/07/maria-y-la-espiritualidad/

El mundo perece, Dios nunca pasa


No te adhieras a este mundo envejecido y anhela rejuvenecer en Cristo

El mundo perece, Dios nunca pasa
El mundo perece, Dios nunca pasa
“¿Por qué, pues, te turbas? Tu corazón se turba por los aprietos del mundo, al igual que aquella nave en que dormía Cristo. Advierte, hombre cuerdo, cuál es la causa de que se turbe tu corazón; advierte cuál es la causa.

La nave en que duerme Cristo es tu corazón en que duerme tu fe. ¿Qué se te dice de nuevo, oh cristiano? ¿Qué se te dice de nuevo? ‘En los tiempos cristianos se devasta el mundo, perece el mundo’.

¿No te dijo tu Señor que sería devastado el mundo? ¿No te dijo tu Señor que perecería el mundo? ¿Por qué lo creías cuando se prometía y te turbas cuando se cumple? [...]

¿Te admiras de que perece el mundo? Admírate de la vejez del mundo. Es como un hombre: nace, crece, envejece. Múltiples son los achaques de la vejez: catarros, flemas, pitañas, angustia y fatigas. Todo eso hay.

Envejece el hombre y se llena de achaques; envejece el mundo y se llena de tribulaciones. [...] Si le nació un hijo a Abrahán en su ancianidad fue porque Cristo había de venir en la senectud del mundo. Vino cuanto todo envejecía y te hizo nuevo. Como cosa hecha, creada, perecedera, ya se inclinaba hacia el ocaso.

Era de necesidad que abundasen las fatigas; vino él a consolarte en medio de ellas y a prometerte el descanso sempiterno. No te adhieras a este mundo envejecido y anhela rejuvenecer en Cristo, que te dice: ‘El mundo perece, el mundo envejece, el mundo decae y se agota con la fatiga de la senectud. No temas; tu juventud se renovará como la del águila’.

‘Observa, dice, que Roma perece en los tiempos cristianos’. Quizá no perezca; quizá sólo ha sido flagelada, pero no hasta la muerte; quizá ha sido castigada, pero no destruida. Es posible que no perezca Roma si no perecen los romanos. No perecerán si alaban a Dios; perecerán si le blasfeman. ¿Qué otra cosa es Roma sino los romanos? No se trata aquí de las piedras y de las maderas, ni de las altas manzanas de casas o de las enormes murallas. Estaba hecha de forma que alguna vez había de perecer.

Un hombre, al edificar, puso piedra sobre piedra; otro hombre, al destruir, separó una piedra de otra piedra. Un hombre hizo aquello, otro hombre lo destruyó. ¿Se hace una injuria a Roma porque se dice que cae? No a Roma; en todo caso a su constructor. ¿Hacemos una injuria a su fundador al decir que cae Roma, la ciudad fundada por Rómulo? El mundo que creó Dios ha de arder. Pero ni siquiera lo que hizo Dios se derrumba sino cuando lo quiere Dios, ni tampoco lo que hizo Dios se derrumba más que cuando lo quiere él.

Si, pues, la obra del hombre no cae sin el consentimiento de Dios, ¿cómo puede caer la obra de Dios por voluntad del hombre? Con todo, incluso el mundo que hizo Dios ha de caer y por eso te creó mortal. El hombre mismo, adorno de la ciudad; el que la habita, la rige, la gobierna, vino para marcharse, nació para morir, entró para emigrar”

San Agustín de Hipona, Sermón 81, 8 y

Traducción española por Pío de LUIS, en Obras Completas de San Agustín, BAC, Madrid 1983, vol. X, p. 462-465.

«San Agustín, Doctor de la Gracia»

No estás solo


Mi bien es Jesús, mi consuelo, mi socorro. Aunque tú trates de llenar espacios vacíos, y te sienta querida, y hagas sonreír… puedes estar en lo escondido de tú corazón… sóla.
No requieras ayuda ni compañía, tú no estás sola.
Camina en silencio y abanza como una nube, enternécete, fortalécete, siempre lúcida, siempre atenta… como llevada por una corriente invisible que te dá desición y confianza. Sólo Él te puede dar todo eso, porque va a tú paso por la vida. Porque, si no tienes esa fe en Él, no podrías abanzar, ni actuar, y te estancarías. Ves como Dios hace la naturaleza perfecta, todo transcurre en silencio; el curso del Sol, la brisa, el crecimiento de los pastos y las flores… Estando impulsada en mi debilidad es como poco a poco puedo concretar soluciones pequeñas, pero necesarias. Porque no solamente agrado a quien quiero, sino, estás agradando a Dios, porque somos de El, y nada nos deja tan felices como la misión cumplida. Aunque haya sido pequeñito, he ayudado a quien espera, a quien necesita aunque sea una sonrisa, una palabra amable. Y el actuar es “hoy”, porque mañana puede ser demasiado tarde. Y también porque en definitiva, es lo que quiero que pase, dar, ayudar, estar presente en las buenas y en las malas, aunque mis fuezas sean muy flacas, e indecisas muchas veces.
Que sería de mi vida sin Dios, mi Dios lo sabe todo. Y si sólo quiero que la vida sea “bella”, se, que eso, es un sueño. Aquí estamos y tenemos que ser mucho más que ” felices” en el diario vivir, aquí venimos a superar nuestras angustias y a suavizar las asperezas de nuestro perezoso corazón. Yo creo que aunque uno, esté repleto de amistades, se puede sentir sólo. Y esa soledad, ya hace tiempo me he dado cuenta, que no vale amor anamorado, ni amor maternal, ni amor a todo lo que nos rodea, si no nos acompaña Dios en nuestras horas, minutos, segundos… Aunque se viva muy de prisa y nadie tenga tiempo para nadie, “DIOS”, tiene tiempo siempre, “EL” es el creador del Tiempo, no hay nada que no sepa o que no vaya a saber. “EL” lo sabe todo…El como Padre lleno de amor viene a recibirnos y escucharnos, como escucha un padre a su hijo angustiado en busca consuelo . Yo, tengo sed de Dios, necesito hablar con El, El me da de su vaso y yo tomo su fresca agua. Que nos calma la sequedad de la incomprención, nos da Su paz, su aliento de esperanza, luz, confianza y “amor”… Hágase la volundad de Dios… pero antes pidámosle y abramos la puerta de nuestro corazón, tengamos fe, que El nos está escuchando , grande en Misericoridia…
Por eso, “no estás solo”, estamos ante El, día a día. El nos quiere recuperar y llevarnos a su celestial rebaño. ¡ Gloria a Dios, Bendito sea el Señor Rey de reyes!

Por siempre hasta el fin, amén.

Alicia Hierro
http://denazaret.wordpress.com/category/reflexiones/page/10/

La presencia de Jesús en el corazón





Confieso que para mí es una gran desgracia no saber expresar y explicar este volcán eternamente encendido que me quema y que Jesús hizo nacer en este corazón tan pequeño”.

¡Bendigo a Dios, que por su gracia, otorga santos sentimientos!

Todo lo podría resumir así: me siento devorado por el amor a Dios y el amor por el prójimo. Dios está siempre presente en mi mente, y lo llevo impreso en mi corazón. Nunca lo pierdo de vista: me toca admirar su belleza, sus sonrisas y sus emociones, su misericordia, su venganza o mas bien el rigor de su justicia

…¿Cómo es posible ver a Dios entristecerse por el mal y no entristecerse también uno?

Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias; si se os oculta, dadle gracias. Todo esto es un juego de amor para traernos dulcemente hacia el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la Cruz.

Padre Pío de Pietrelcina

Reflexiones de Padre Pío sobre la Santísima Trinidad


“Padre, no he venido a confesarme sino para que se me aclaren algunas dudas que me atormentan. Me turba, sobre todo, el misterio de la Santísima Trinidad’.

El padre, con sencillas palabras, comenzó a disipar las dudas: “Hija, ¿quién puede comprender y explicar los misterios de Dios? Se llaman misterios precisamente porque no pueden ser comprendidos por nuestra pequeña inteligencia. Podemos formarnos alguna idea con ejemplos. ¿Has visto alguna vez preparar la masa para hacer el pan? ¿qué hace el panadero? Toma la harina, la levadura y el agua. Son tres elementos distintos: la harina no es la levadura ni el agua; la levadura no es la harina ni el agua y el agua no es la harina ni la levadura. Se mezclan los tres elementos y se forma una sola sustancia. Por lo tanto, tres elementos distintos forman unidos una sola sustancia. Con esta masa se hacen tres panes que tienen la misma sustancia pero distintos en la forma el uno del otro. Eso es, tres panes distintos el uno del otro pero una única sustancia.

Así se dice de Dios: Él es uno en la naturaleza, Trino en las personas iguales y distintas la una de la otra. El Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Son tres personas
iguales pero distintas. Sin embargo, son un solo Dios porque única e idéntica es la naturaleza de Dios”.

Los Santos Inocentes


Mateo 2, 13-18. Fiesta de los Santos Inocentes. Amor y dolor unidos a la vida de María.

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levantate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. José se levantó, y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió a Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo. Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años. conforme a la fecha que los magos le habían indicado. Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.

Oración introductoria

Dios mío, creo en Ti, confío en tu bondad y en tu misericordia. Guía este rato de meditación porque sabes que soy débil y fácilmente me hago sordo a tu voz.

Petición

Señor, soy tuyo, a Ti me entrego con todo lo que soy y lo que tengo.

Meditación del Papa

El nacimiento de cada niño lleva consigo algo de este misterio! Lo saben bien los padres, que lo reciben como un don y que, a menudo, hablan así de él. A todos nos ha pasado oír decir a un papá y a una mamá: “¡Este niño es un regalo, un milagro!”. En efecto, los seres humanos viven la procreación no como un mero acto reproductivo, sino que perciben su riqueza, intuyen que cada criatura humana que se asoma a la tierra es el “signo” por excelencia del Creador y Padre que está en los cielos. ¡Qué importante es, entonces, que cada niño, al venir al mundo, sea acogido por el calor de una familia! No importan las comodidades exteriores: Jesús nació en un establo y como primera cuna tuvo un pesebre, pero el amor de María y de José le hizo sentir la ternura y la belleza de ser amado. De esto necesitan los niños: del amor del padre y de la madre. Esto es lo que les da seguridad y lo que, al crecer, permite el descubrimiento del sentido de la vida. La santa Familia de Nazaret atravesó muchas pruebas, como esa – recordada en el Evangelio según san Mateo – de la “matanza de los inocentes”, que obligó a José y María a emigrar a Egipto. Pero, confiando en la divina Providencia, encontraron su estabilidad y aseguraron a Jesús una infancia serena y una educación sólida. (Benedicto XVI, 1 de enero de 2011).

Reflexión

Desde siempre, la Iglesia posee la firme convicción de que quienes padecen la muerte por razón de la fe, sin haber recibido el Bautismo, son bautizados por su muerte con Cristo y por Cristo. Este Bautismo de sangre como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento (Catecismo Universal de la Iglesia Católica, nº 1258).

A los cuarenta días de haber nacido, María y José llevaron a Jesús al Templo para presentarlo al Señor. En esta ocasión Simeón les dijo: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción” – y dirigiéndose a María: “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2, 34).

Esta profecía pronto se iba cumpliendo, aquí en particular, por las circunstancias que motivaron la huida de la Sagrada Familia a Egipto. En el corazón de Herodes se habían despertado recelos contra su nuevo contrincante. Es verdad, Jesucristo era un Rey, y vino para reinar. Sin embargo, su estilo de reinar iba a ser muy diferente: vino a reinar sirviendo.

Pero no hubo tiempo para darle explicaciones a Herodes. San José actuó como hubiese actuado todo buen padre de familia: sin hesitar llevó a los suyos hacia un lugar donde estaban seguros. Y ahí los iba manteniendo – cosa que no era fácil, porque todo refugiado suele ser despreciado.

Por otra parte, el corazón de María sufrió una de las primeras heridas que la espada profetizada le iba a deparar. Le debió de haber dolido profundamente este rechazo y esta enemistad a muerte, que desde el inicio se habían desatado en su propio pueblo contra su Hijo divino. Al conocer después el hecho de la matanza de los inocentes Ella habrá ofrecido sus purísimas lágrimas a Dios en reparación por tan grande ofensa. Amor y dolor siempre estaban muy unidos en la vida de María.

Propósito

Apoyar directamente o con mi oración, las asociaciones que luchan a favor de la defensa de la vida.

Diálogo con Cristo

Jesús mío, a muchos escandaliza la reacción de Herodes al matar a tantos inocentes. Tristemente hoy, en nuestra sociedad marcada por la cultura de la muerte, ocurre lo mismo. Pocos reaccionan ante la muerte injusta de millones de niños en el vientre de su propia madre. Ayúdame a defender siempre la vida, que haga lo que me toca hacer: orar por las madres que han perdido el sentido de su maternidad, orar por los gobernantes que aprueban estos homicidios para que sepan descubrir el valor y la dignidad de cada persona.
Autor: P. José Rodrigo Escorza

Carta del Papa Juan Pablo II a los Niños


¡Queridos niños!

Nace Jesús

Dentro de pocos días celebraremos la Navidad, fiesta vivida intensamente por todos los niños en cada familia. Este año lo será aún más porque es el Año de la Familia. Antes de que éste termine, deseo dirigirme a vosotros, niños del mundo entero, para compartir juntos la alegría de esta entrañable conmemoración.

La Navidad es la fiesta de un Niño, de un recién nacido. ¡Por esto es vuestra fiesta! Vosostros la esperáis con impaciencia y la preparáis con alegría, contando los días y casi las horas que faltan para la Nochebuena de Belén.

Parece que os estoy viendo: preparando en casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo el nacimiento, reconstruyendo el clima y el ambiente en que nació el Salvador. ¡Es cierto! En el período navideño el establo con el pesebre ocupa un lugar central en la Iglesia. Y todos se apresuran a acercarse en peregrinación espiritual, como los pastores la noche del nacimiento de Jesús. Más tarde los Magos vendrán desde el lejano Oriente, siguiendo la estrella, hasta el lugar donde estaba el Redentor del universo.

También vosotros, en los días de Navidad, visitáis los nacimientos y os paráis a mirar al Niño puesto entre pajas. Os fijáis en su Madre y en san José, el custodio del Redentor. Contemplando la Sagrada Familia, pensáis en vuestra familia, en la que habéis venido al mundo. Pensáis en vuestra madre, que os dio a luz, y en vuestro padre. Ellos se preocupan de mantener la familia y de vuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento.

Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena! También los días que siguen al nacimiento de Jesús son días de fiesta: así, ocho días más tarde, se recuerda que, según la tradición del Antiguo Testamento, se dio un nombre al Niño: llamándole Jesús.

Después de cuarenta días, se conmemora su presentación en el Templo, como sucedía con todos los hijos primogénitos de Israel. En aquella ocasión tuvo lugar un encuentro extraordinario: el viejo Simeón se acercó a María, que había ido al Templo con el Niño, lo tomó en brazos y pronunció estas palabras proféticas: « Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel » (Lc2, 29-32). Después, dirigiéndose a María, su Madre, añadió: « Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones » (Lc 2, 34-35). Así pues, ya en los primeros días de la vida de Jesús resuena el anuncio de la Pasión, a la que un día se asociará también la Madre, María: el Viernes Santo ella estará en silencio junto a la Cruz del Hijo. Por otra parte, no pasarán muchos días después del nacimiento para que el pequeño Jesús se vea expuesto a un grave peligro: el cruel rey Herodes ordenará matar a los niños menores de dos años, y por esto se verá obligado a huir con sus padres a Egipto.

Seguro que vosotros conocéis muy bien estos acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús. Os los cuentan vuestros padres, sacerdotes, profesores y catequistas, y cada año los revivís espiritualmente durante las fiestas de Navidad, junto con toda la Iglesia: por eso conocéis los aspectos trágicos de la infancia de Jesús.

Beato Juan Pablo II

¡Queridos amigos! En lo sucedido al Niño de Belén podéis reconocer la suerte de los niños de todo el mundo. Si es cierto que un niño es la alegría no sólo de sus padres, sino también de la Iglesia y de toda la sociedad, es cierto igualmente que en nuestros días muchos niños, por desgracia, sufren o son amenazados en varias partes del mundo: padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos. ¿Cómo es posible permanecer indiferente ante al sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?

La Humildad – Madre Teresa


La grandeza de María proviene justamente de su humildad. Y era humilde porque pertenecía a Dios por completo, estaba en disponibilidad para lo que Él quisiera pedirle.

Ella, que estaba colmada de gracias, siguia siendo la esclava del Señor. Se mantuvo con firmeza junto a la cruz de su Hijo, y ni siquiera viendolo morir dejó de confiar en Dios.

Pidámosle a la Virgen que nos ayude a ser como Ella, a realizar con humildad y sin vanagloria el trabajo que se nos ha asignado, y que llevemos a los demás a Jesús con el mismo espíritu con que ella lo llevó en su seno.

Hay que cuidarse del orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa.

Dios no va a preguntarle a aquella hermana cuantos libros ha leído, cuántos milagros ha realizado; lo que le preguntará es si ha hecho de lo suyo lo mejor por amor del mismo Dios.

“Hice lo mío de la mejor forma”. Aunque aquello que he podido hacer, no sea más que un fracaso, eso deberá ser lo mejor que hemos podido y sabido hacer; debe tener nuestro máximo empeño.

Ningún fracaso las desanimará, mientras tengan clara conciencia de haber hecho aquello que estaba a su alcance. Hablando humanamente, si una hermana tuviera un fracaso en su tarea, procuremos atribuirlo a cualquier factor de debilidad humana, que no fue inteligente, o no supo hacer mejor las cosas… A pesar de todo, a los ojos de Dios no ha fallado si ha hecho todo lo que era capaz de hacer. Y ella debiera sentirse, pese a todo, colaboradora suya.

Nunca debemos creernos indispensables Dios tiene sus caminos y sus maneras… El puede permitir que todo marche al revés aun en manos de la hermana más bien dotada. Dios no mira más que su amor. Bien ustedes pueden trabajar hasta el agotamiento, incluso matarse trabajando, pero si su trabajo no está tejido por el amor resulta inútil. ¡Dios no tiene ninguna necesidad de sus obras!

Si todo lo he recibido, ¿qué mérito nos cabe? Si estamos bien convencidos de esto, nunca alzaremos altaneramente la cabeza.

Madre Teresa de Calcuta