jueves, 25 de octubre de 2012

LA MORAL NATURAL PROGRESISMO CRIMINAL

Recordamos la doctrina de la Iglesia. La ley positiva debe ser reflejo de la ley natural. Si no lo es, es una ley injusta. La ley injusta o inicua, no es ley; no obliga en conciencia, y existe el derecho y el deber de desobedecerla y ejercitar contra ella una resistencia no violenta, aún a costa de perder posiciones profesionales, sociales y/o económicas. El testimonio cristiano puede llegar a exigir el martirio de sangre. Juan Pablo II en la Encíclica Evagelium vitae (1995) señala que "el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar" y que "leyes de ese tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que por el contrario establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia". Desde los orígenes de la Iglesia, la predicación apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente constituidas (cfr. Rm 13, 1-7), pero al mismo tiempo enseñó firmemente que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29). Todo lo anterior es aplicable a los defensores del aborto, de la guerra, del odio, del homosexualismo, del ateismo (o cualquier otra ideología atea como el comunismo, el nazismo o el liberalismo salvaje). El novelista Miguel Delibes escribía en 1986 sobre los principios de este falso "¡¡¡progresismo!!!" que ha traicionado a la defensa de los más débiles y la no violencia: "Y el caso es que el abortismo ha venido a incluírse en los postulados de la modernidad "progresista". En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, en el aire. Antaño el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después el progresista añadió a este credo la defensa de la naturaleza. Pero surgió el problema del aborto y, ante él, el progresismo vaciló. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista, eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, el aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Porque si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social... ¿que pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado." http://iesvs.tripod.com/ELABORTO.htm

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