lunes, 1 de marzo de 2010

Optar por la Mansedumbre

Mansedumbre es la virtud que modera la ira y sus efectos desordenados. Es una forma de templanza que evita todo movimiento desordenado de resentimiento por el comportamiento de otro.

La mansedumbre modera los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente.

Jesús enseña: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra". -Mateo 5:4

Cristo es el modelo: "Soy yo, Pablo en persona, quien os suplica por la mansedumbre y la benignidad de Cristo"
- II Corintios 10:1

"Mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley". -Gálatas 5:23

"Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado." -Gálatas 6:1

"Con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor" Efesios 4:2

"Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia" -Colosenses 3:12

"Que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad" -II Timoteo 2:25

El que quiera ser apóstol necesita cuidar de no perder los nervios. La mansedumbre está constituida de paciencia y de benevolencia, de indulgencia y de misericordia. La mansedumbre es un modo de proceder divino, en cambio“ la violencia puede ser, entre otras cosas, la manifestación de una autoridad o de una postura que se siente débil” (Juan Antonio González Lobato).

La mansedumbre abandona las pretensiones del amor propio y consiente pacíficamente en lo que piden los otros. Es más que una virtud, es una gracia que empapa toda la personalidad. Pues es necesario hacerse violencia a sí mismos –controlarse- para abandonar toda violencia.

Quien la tiene escucha una llamada, sabe ser atento, y trata las cosas que usa de un modo respetuoso. La mansedumbre se vive con las personas y con las cosas. Su misión es la de ser de Dios.

Quien vive la mansedumbre respeta a Dios y las cosas de Dios: entre éstas, los seres humanos tienen un lugar preferente. Hace falta además mucha paciencia con la propia alma.

La mansedumbre quita al dolor su amargura y tiene la fuerza eficaz de desarmar a cualquier adversario. La persona mansa no critica a los demás, y cuando debe juzgar, pone misericordia en sus juicios. Es preciso imitar esa mansedumbre que manifiesta Jesús en su diálogo con la samaritana; pero el cristiano no conservará esa mansedumbre si no está dispuesto a ceder frecuentemente en su derecho, a sufrir a diario y en ocasiones, cruelmente.

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