Mientras estos esposos gozan la gracia de Dios, en la sacristía, donde el Padre Pío esta confesando, se oye el golpe violento de la ventanilla del confesionario.
Sale una muchacha llena de lágrimas, que dá la vuelta y va enfrente del Padre para suplicarle que la confiese.
Padre Pío”¡Vete, vete de aquí!” le dice el Padre Pío en tono enérgico. “¡No tengo tiempo para ti!”
Ella continua sollozando como si el corazón le estuviera estallando.
Nadie se mueve. Se crea un profundo silencio, y los ojos de todos están sobre la muchacha. El Padre Pío continua confesando tranquilamente.
Se le acerca otro padre que esta encargado del orden y le dice: “Tranquilízate. No tengas miedo”.
Se la lleva luego un poco lejos del confesionario y dialoga con ella. Al fin la muchacha se retira confortada, besándole la mano.
Una persona se le acerca a este religioso y le pregunta:
- “¿Por qué el Padre Pío es tan duro con ciertos penitentes?”
- “El Padre Pío”, contesta el padre, “lee las consciencias y recibe a los que no están bien dispuestos”.
- “¿Y si estos no regresan?”
“¡Pierda cuidado! el Padre Pío no las rechazaría si no supiera que regresarían. Para lavar un corazón es necesario una lluvia de lágrimas.
Un buen medico no titubea en usar el bisturí”.
“Entonces….esta muchacha…”
“¡No se preocupe! Ella vino, quizás por curiosidad, Muchas mujeres vienen por curiosidad. El Padre Pío lo intuye. No quiere que se confiesen para verlo. ¡Esa no es una confesión! Dentro de dos o tres días esta muchacha regresara preparada. ¿Cree usted que el Padre Pío no haya ya orado por ella? Pero es necesario esperar que la gracia actúe”.
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