miércoles, 26 de octubre de 2011

La virtud de ser, ¿falso?

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Quiero en esta oportunidad reflexionar sobre una afirmación que hace Donatien Alphonse François, más conocido como el marqués de Sade (1740-1814). La afirmación surge de boca de Dolmancé. Dolmancé es un personaje descrito como un hombre elegante, de grandes talentos, de agudo razonamiento filosófico y por demás ateo e inmoral, al que el marqués de Sade hace decir lo siguiente:
Por otra parte, la falsedad es el medio más seguro para tener éxito; quien la ejerce necesariamente se impone a aquél con quien trata o se relaciona: al aturdirlo con falsas apariencias lo persuade, y a partir de ese momento triunfa. (2001: 81).
Esta afirmación del marqués de Sade recuerda a aquella famosa y trillada expresión el fin justifica los medios que se atribuye a Maquiavelo de forma errónea. Maquiavelo, refiriéndose a la apariencia que debe mostrar un príncipe, dice: “Y los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque a todos les es dado ver, pero pocos sentir. Todos ven lo que tú aparentas, pero pocos sienten lo que eres, y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría…” (El príncipe, XVIII).
Nótese que Sade le atribuye a la falsedad el medio más seguro para tener éxito. Aturdir al interlocutor con falsas apariencias para persuadirlo es la forma de triunfar. El éxito, el triunfo tiene como principio fundamental el uso persuasivo de la falsedad. Siendo falsos proyectamos la imagen que queremos que perciban, y a partir de esa falsa percepción tenemos el triunfo garantizado. Maquiavelo también sabía esto. Sabía que la apariencia es fundamental para proyectar una imagen en la que todos crean, y a partir de esta falsa proyección, asegurarse no sólo la credibilidad de la mayoría sino el éxito en cualquier empresa.
La pregunta fundamental es entonces: ¿la falsedad puede ser considerada una virtud?
El éxito es la meta fundamental que caracteriza nuestra época actual. Nótese el caso interesante del fuerte mercadeo que hacen las instituciones de enseñanza en la actualidad. La educación en las universidades se mercadea en función del éxito. La formación no es el ideal, sino el estatus del éxito. Se estudia no para saber, sino para alcanzar éxito. La palabra éxito que promueven las universidades en sus carreras hace que el potencial estudiante matricule no por el contenido curricular, esto es, su calidad y profundidad, sino por la lavativa perceptual que le hace creer que en dicha universidad alcanzarán el éxito.
El aturdimiento, en este caso el bombardeo publicitario, logra persuadir al potencial estudiante ansioso de alcanzar el éxito. A partir de este momento, ¿triunfa el estudiante? Posiblemente él no, pero sí la universidad… La educación misma está cayendo en el vicio de la falsedad.
Uno podría formular muchas preguntas de contenido ético. Por ejemplo: ¿es correcto triunfar engañando personas? O bien, ¿es correcto triunfar siendo falso? Ser falso es un derecho de la persona que practica la falsedad. Si esta falsedad supone la mentira como condición necesaria para alcanzar el éxito, entonces la pregunta ética versa sobre la mentira: ¿es correcto mentir para alcanzar el éxito? En este punto hay que considerar si falsedad y mentira pueden equipararse, pese a que en sus significados, la palabra falso quiere decir que miente.
Más allá de hacer reflexiones éticas sin sentido. Es mejor advertir algo: hay personas falsas. Y esto quiere decir que hay personas que tratarán de persuadirnos para que creamos un argumento falso que pretende pasar por verdadero con el único fin de alcanzar algo: el triunfo. Ahora, si el triunfo significa que nosotros podríamos ser una potencial víctima, entonces hay prestar mayor atención a ese mundo de palabras dirigidas a nosotros. Puede que todas ellas sean bellas y elocuentes. Pero es posible que tal belleza y elocuencia sean falsas. Nosotros seríamos el motivo de triunfo de alguien que nos usó como un simple objeto de sus mentiras.
Razón tiene Maquiavelo al afirmar que todos ven lo que aparentamos, pero pocos sienten lo que somos. Y razón tiene el marqués de Sade, al considerar que al aturdir con falsas apariencias persuadimos, y a partir de ese momento triunfamos. ¿Es esto inmoral? No quiero tomar una posición aquí. Lo que puedo decir es que todo ello es una realidad. La falsedad está ahí. Ya sea que la consideremos para alcanzar objetivos (triunfos…), ya sea que seamos víctimas de esta falsedad. En esto, hasta cierto punto, casi todos hemos sido víctimas de un engaño; esto es, hemos sido víctimas de personas falsas.
Dado que cotidianamente convivimos con un mundo atiborrado de falsedad, conviene ser precavidos. Ser precavidos quiere decir confiar menos de manera ciega. La confianza es algo que se da y se gana con el tiempo. Aún las palabras más verosímiles pueden venir al mundo llenas de falsedad.
Algunos pueden considerarlo un estado de paranoia. Personalmente lo veo como algo sano. Me refiero a lo que me gusta llamar el principio cartesiano, esto es, someter a duda casi todo. El principio cartesiano es un buen procedimiento aplicado a la vida existencial. Y donde reina la falsedad, qué mejor forma de proceder sino sometiendo a duda algunas cosas cuando no se presentan claras y distintas… Y si por alguna razón se presentaran muy claras y distintas, con mucha más razón dudar metódicamente de ellas…
Publicado por Wilmer Casasola R

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