A veces me pregunto si el mundo no sería mucho mejor si todos tuviésemos más dosis de humildad. Si tuviésemos más humildad nos esforzaríamos más por comprender a las otras personas, en vez de rechazar directamente el trato con ellas por el famoso "orgullo herido". El orgullo no conoce lo que es perdonar, no sabe lo que es hacer las cosas desinteresadamente.
¿Quién nos dio esa corona que creemos merecida? Realmente el orgullo no da más que disgustos, hace creer a las personas dueñas de todo lo que les rodea, no deja pasar ni una sola falta a los demás.
El orgullo es un exceso de autoestima -digámoslo así- que a fuerza de quererse uno tanto se llega a olvidar que también existen los demás. Tampoco será muy recomendable ir más allá en la humildad, pues un exceso de ella nos puede conducir a ser sumiso e indeciso, hasta el punto de perder uno su norte, su criterio propio o incluso su voluntad, lo cual es un fuerte obstáculo para muchos logros personales, por la falta de fe en uno mismo que todo ello arrastra.
Si no nos prestáramos tanta atención y mirásemos a los demás desde fuera de nosotros, además de entenderlos mejor, dejaríamos de sentirnos ofendidos por sus actitudes y encontraríamos más fácilmente las razones por las que a veces nos hablan mal o nos hacen sentirnos mal.
Y es que, claro, es muy difícil comunicarse con un ególatra que no alienta desde esta actitud, otra aspiración que alimentar su negro orgullo, en el que descansa el ser fatuo de un hombre que por ser incapaz de aceptarse a sí mismo, se hace un nudo psicológico, que le cierra del todo a la verdad, y así es posible verle con dolor que camina en la oscuridad de su ser, incluso sin aceptar lo que evidentemente vemos todos, que es soberbio y orgulloso, sin dejarse ayudar, lo que nos lleva a una especie de tornillo sin fin, que en la incomunicación se rompe, y anula el corazón de la unidad que se debe vivir cuando se aspira a construir una familia.
Pero volviendo a la cordura, quienes más orgullosos son y están de si mismos son tan hipócritas, ciegos, que de una forma sumamente altanera se creen humildes! ¿Lo peor? Son los que triunfan, esa sarta de ignorantes se llevan las alabanzas que antes de ellos, muchos de nosotros merecemos. Si el orgullo no existiera seríamos capaces de ayudar más a las personas y nunca habrían grandes peleas, porque nunca se pensaría en un "malo de la película", y al fin nos daríamos cuenta de que nada es blanco ni negro, no cometiéndose más las injusticias que siempre han existido.
Autoestima para atreverse a ser quien somos; humildad para no valorarnos más de lo que nos corresponde. Autoestima y cierto orgullo para defender con pasión lo que creemos defendible y justo. Humildad para profundizar en todo lo que sabemos y abrir nuestra mente y corazón a nuevas enseñanzas y posibilidades.
Cuando el orgullo y la humildad van de la mano… ahí camina un sabio.
Cuando el orgullo y la humildad van de la mano… ahí camina un sabio.
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