jueves, 21 de enero de 2010

Nuestras acciones nos definen


"Todo sistema social descansa en determinadas normas de funcionamiento, sean estas formales o informales. Es lo que llamamos “reglas de juego”. Hay juegos muy diferentes: algunos de ellos tienden a promover la confianza entre los miembros de un sistema, mientras que hay otros que tienen el efecto contrario, el de corroerla. Un sistema que estimula la cooperación desarrollará confianza; en cambio, un sistema que estimula la competencia entre sus miembros provocará formas diversas de desconfianza.
Las normas de comportamiento no sólo determinan los juegos o prácticas sociales básicas en los que los miembros de un sistema se verán comprometidos; también definen los comportamientos obligatorios, prohibidos y permitidos…
Toda organización, toda empresa, tiene también sus propias normas de comportamiento, y éstas influyen en el nivel de confianza de sus miembros. Mientras más confusas sean, y más arbitrariamente sean aplicadas o consideradas, mayor será la desconfianza con la que se opere." Rafael Echeverría
En nuestra vida cotidiana, nosotros como personas podemos tener ideas muy distintas acerca de cómo actuar frente a una situación en particular, ideas además muy distintas de lo que significa llevar adelante un modo de vida moralmente valioso y finalmente, ideas muy distintas sobre el tipo de razones que utilizamos para justificar nuestras decisiones y puntos de vista morales. Sin lugar a dudas, esto nos permite introducir una distinción entre dos términos que en la vida cotidiana suelen emplearse como sinónimos: “Ética” y “moral”.
la moral hace referencia, a un conjunto de valores, principios, normas de conducta, prohibiciones etc., de un colectivo, que constituye un sistema coherente dentro de una determinada época histórica y que sirve como modelo ideal de buena conducta, socialmente aceptada y establecida.
En cambio la ética, se entiende a la reflexión sobre las acciones morales. Es decir esta es una rama de la filosofía que pregunta que es, cómo se fundamenta, cuáles son los fines de lo moral. Pero, cuando se califica a una acción como moral, esa valoración positiva debe ser fundamentada en argumentos razonables.El concepto de deber ocupa uno de los lugares centrales de nuestro
lenguaje moral. Nos referimos con él a los mandatos y obligaciones
mediante los cuales modificamos nuestra conducta y, en general, al
conjunto de exigencias que conforman nuestra praxis cotidiana. Añadir
el predicado moral implica introducir un factor diferenciador esencial:
se trata ahora de una autoobligación, de una autolimitación, que, a
diferencia de otro tipo de coacciones, se enfrenta sólo a las sanciones
internas derivadas de nuestra propia conciencia de la responsabilidad
de la acción. Como todas las formas de obligación, el deber moral
limita el ámbito posible de elección y, por tanto, de actuación. Pero
aquí nos encontramos con una obligación libre, es decir, voluntaria y
reflexivamente aceptada.
La existencia de este tipo de actuaciones la encontramos
directamente reflejada en nuestra capacidad de realizar juicios
morales. De ahí que podamos afirmar que estamos ante un hecho o
factum que no admite discusión. Las dificultades aparecen más bien
cuando dejamos el nivel intuitivo de nuestro propio lenguaje moral y
nos comprometemos a explicar el sentido de este tipo de acciones.
Esta ha sido y es, precisamente, una de las tareas básicas de la
filosofía moral o ética: dar razones del porqué de esta peculiar forma
de obligación y, de esta forma, hacerse cargo de los fundamentos de
la actuación moral. Dentro de esta tarea, la tematización del concepto
deber apunta hacia las posibles respuestas a la pregunta «¿Por qué
ser moral?», esto es, «¿por qué actuar moralmente?».
Detrás de estas cuestiones no se esconde sino la necesidad de
orientación de la acción que caracteriza al actuar humano. La
distinción entre ser y deber ser no viene impuesta por la reflexión ética,
sino que la reflexión ética intenta responder a esta escisión inherente a
nuestra praxis social. Tales respuestas forman parte, como nos
recuerda Aranguren, de esa necesidad de ajustamiento, de iustum
facere de justificar nuestros actos, sin la cual perdería la conducta su
sentido y razón de ser. De tal necesidad ya se habían dado perfecta
cuenta los pensadores estoicos cuando adelantaron las palabras que
después Toulmin convertiría en tema central de la ética: deber hacer
algo implica tener buenas razones para hacer algo. A la ética, como
teoría de la moral, le corresponde averiguar qué convierte a una razón
en «buena razón» para justificar nuestra conducta.Lo moral no está en las acciones, ni en sus consecuencias, sino en las
personas que las ejecutan. En palabras de Cicerón:

«Pues quien establece el sumo bien de forma que no se halla unido a la
virtud y lo mide por su propia utilidad y no por la honestidad, éste, si quiere
ser consecuente consigo mismo, no podrá cultivar ni la amistad, ni la justicia,
ni la libertad».
No importa quienes somos por dentro, son nuestros actos los que nos definen.

Cuando un ser humano se comporta cual saltimbanqui, para reflejar una imagen que no es la real; siempre la esencia muestra su rostro, independientemente de las acrobacias por esconderlo. Si eres bondadoso o estás lleno de maldad, tus actos te delatarán. Y toda acrobacia para ser mejor persona, fructificará en un mejor ser humano. Si el corazón es bueno, la bondad se manifiesta sin ningún esfuerzo; y cuando el corazón es como la hiel, continuamente dejamos un sabor amargo en las relaciones con nuestro prójimo.Cuando mentimos o engañamos, o nos aprovechamos de la bondad o la credulidad de otros, o nos valemos de nuestras profesiones u ocupaciones para satisfacer nuestra egolatría, o en todo caso desquitarnos con otros nuestras “carencias”; no hacemos sino buscar un pretexto para dejar aflorar el verdadero “yo” que administra nuestra vida.

Y en igual sentido, cuando aprovechamos nuestras cualidades y posiciones, siendo éstas coadyuvantes para llevar la vida en armonía con todo y con todos; en vez de exacerbar las carencias de otros, sembramos el pretexto para ser felices, trascendiendo como mejores seres humanos.

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