jueves, 29 de enero de 2009

El valor de la humildad

El valor que engrandece al Hombre es el valor de la Humildad. Sin la virtud de la Humildad, todas las demás virtudes dejan de serlo. Cuánto más grande es nuestra responsabilidad, más grande debe ser nuestra Humildad, entendiendo esta virtud como aquella que nos hace reconocer todo lo que somos y tenemos como algo recibido de Dios, para que lo demos en beneficio de los demás.
Hoy quiero referirme a uno de los valores recomendados por Jesús, y que aunque parezca todo lo contrario, es el que engrandece al Hombre: el valor de la humildad.

Parece difícil hablar de la Humildad como la virtud de los “grandes hombres” en un mundo donde pareciera que lo importante es el “alto lugar” que alguien pueda ocupar, y mucho mejor si lo “hace notar”.

Santa Teresa nos dejó una frase: “La humildad es la verdad”, frase que en estas pocas palabras encierra un gran contenido. La humildad no es la simulación, la ficción ni la ignorancia del propio valor. La humildad no es ocultar los talentos, no es “esconderme”, muy por el contrario, la humildad lleva a un reconocimiento sincero y sencillo de todo lo que Dios me ha dado y que lo debo poner al servicio de los demás.

La Humildad es reconocer que Dios es el autor de todo bien, de El viene todo lo que tenemos y somos y también todo lo que tiene y es el prójimo.

Por eso la virtud de la Humildad muchas veces irá a “contramano” de lo que los demás piensen y vean como importante. Aquél que quiere sobresalir, no es que busque tanto una meta, sino que quiere crear algo así como una distancia con los demás, sentirse por encima del otro; en cambio el Humilde quiere alcanzar una meta, realizar su propia “vocación”.

La Humildad como toda virtud, radica en el corazón del ser humano, y por supuesto se exterioriza en el comportamiento que esa persona tenga. Cuanto “más grande sea” alguien, mayor tendrá que ser su humildad, ya que esta virtud no es un patrimonio de los pequeños, de los que no aspiran a grandes cosas, sino al contrario, cuánto más grande sea una persona, ya sea por edad, conocimiento, capacidad, función, o lo que fuere, va a necesitar mucha más humildad.

La humildad como virtud nos hará también ser cercanos con el otro, ser bien recibidos en un lugar, cuando nos encontramos con alguien “soberbio” nos produce un inmediato rechazo, sobre todo si es alguien “poderoso”, ya que si hay un acto de soberbia de alguien, digamos débil, a lo sumo nos parecerá “ridículo”, en cambio un acto de soberbia de alguien poderoso, además de producirnos un rechazo, se puede volver algo hasta peligroso.

Sin la virtud de la Humildad, todas las demás virtudes dejan de serlo. No tengamos miedo de “ir a contramano” en este mundo en que parece mirarse únicamente al poderoso, que respeta a quien “hace sentir su autoridad”, sin darse cuenta que todo lo que tiene es porque lo ha recibido de Dios, y si bien no hay que negar las condiciones, o capacidades que uno tiene, sí hay que ser humildes para no “creerse” que eso me da derecho a sentirme superior a los demás, y que en definitiva sigo dependiendo de Aquél que me concede todos los dones, y no nos olvidemos que cuánto más grande es nuestra responsabilidad, más grande debe ser nuestra Humildad, entendiendo esta virtud como aquella que me hace reconocer todo lo que soy y tengo como algo recibido de Dios, para que lo dé en beneficio de los demás.



Padre Oscar Pezzarini
Apoderado General de la Obra Don Orione en Argentina

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