jueves, 29 de enero de 2009

La Falsa Humildad

J. A. Livraga
Si entendemos la humildad como la carencia de vanidades; como una no sobrevaloración de este mundo pasajero; como una actitud de vigilia y respeto hacia todos los seres vivos, especialmente hacia aquellos más virtuosos y sabios que nosotros; la humildad es, sin lugar a dudas, una característica distintiva de las Almas inclinadas a todo lo noble y, sobre todo, a la existencia viva de Dios. Así entendida, la humildad es la mejor piedra de la corona de las virtudes y no podemos concebir a un hombre o una mujer que hayan pasado justamente a la Historia sin el aderezo de la humildad. La humildad es, entonces, carencia de fantasía insana, Amor por todos y Servicio para todos, pues el realmente humilde, se hace pequeñito más cómodamente, quepan sus hermanos, en la sombra benéfica del Arbol de la Vida. Sintiendo la Divina Presencia en él reconoce -como hacían los Templarios- que toda buena acción tiene origen divino, pues siendo lo divino como un rayo de luz, el empequeñecerse frente a él permitiría su mejor paso a esta Tierra. Toda ostentación y personalismo sería como insana pantalla que absorbería egoísta e inútilmente los rayos del sol-divinidad. Pero, como todo en exceso, termina en una aberración que niega lo mismo que dice afirmar, existen muchos "humildes" que han hecho de su falsa humildad una máscara, bella y sofisticada de su inmensa vanidad interior. Así, el que pudiendo vestir normalmente y pasar desapercibido en una reunión, lo hace con ropas pobres o por demás sencillas, subconscientemente busca tan sólo destacarse y humillar a los demás. Quien, en una conversación amistosa, donde se habla muy naturalmente, emplea términos rebuscados o palabras en Latín, Griego o Sánscrito para sus ejemplos y desarrollos temáticos, es la antítesis misma de la humildad, pues pronto logra destacarse en medio de todos y hacer que le admiren, aunque no le comprendan.
Quien, en fin, hace tema de todos los días la humildad y rinde culto público a los humildes, y se dice -en voz bien alta- identificado con los que menos tienen y menos son, con los viciosos, depravados, débiles y fracasados, lo hace por vanidad, habiendo encontrado un camino fácil para que se le admire con el menor riesgo para consigo mismo. Si les ponéis personalmente a prueba notaréis de inmediato que lo que parecía Caridad es una sutil forma de reafirmación de Sí mismo, pues, privadamente, esas gentes no se abstienen de nada y gastan enormes sumas en cosas ajenas a la ayuda del desvalido. Anteponen sus fantasías a las crueles realidades del mundo y suelen mover la lengua más frecuentemente que los brazos, comen bien y duermen mejor. Otro peligro de esta fingida actitud de humildad es la exaltación verbal de lo peor de la Sociedad; el desconocimiento de la Gloria y del Sacrificio directos. Con el tiempo, la farsa retorcida se torna monstruosa realidad, pues la autosugestión es la forma primitiva de la hipnosis. Entonces, quien se dice humilde sin serlo, confunde lo raquítico con lo enjuto; lo cobarde con lo prudente; lo miserable y deleznable con lo pequeño; el lenguaje zafio con el sencillo y directo; y, finalmente, a las personas insignificantes con humildes santidades que reflejasen en esta Tierra las virtudes queridas de Dios. Debemos, entonces, saber distinguir entre la verdadera y la falsa humildad; entre el humilde de Corazón y el humilde teatral que utiliza su parodia en beneficio de lo que cree y, a falta de argumentos, fuerza las puertas de las ajenas razones con las ganzúas de la sensibilidad y la piedad de los otros. La falsa humildad es la imagen invertida y descolorida de la verdadera, que nos da el gran espejo de la ilusión de los sentidos. Filósofo: vale más un hilo de verdadera humildad que un manto de pesados cañamazos de la falsa.
Quienes hemos padecido de varias especies y cepas de orgullo y de vanidad amamos por contraste el bien de esa otra virtud, esquiva por excelencia, que es la humildad.Uno se equivoca muy fácilmente con la humildad, no por culpa de ella, sino de su enemiga, que es la soberbia. Esta última sabe disfrazarse bien, de modo que, como ya advirtió San Agustín en su Regla, ella acecha "a las mismas obras buenas, para conseguir que perezcan."La cosa es tan paradójica que hay quien se humilla mucho por soberbia, y hay quien se acusa demasiado por soberbia, y hay quien se descalifica, o asegura no tener perdón, por sola soberbia. Y todo eso parece que fuera humildad pero desde luego no lo es.Lo que tienen en común esos actos de súper- humildad es que pretenden definir de manera absoluta, y por encima de todo y de todos, el estado y condición de uno mismo.Otro engaño es pensar que la humildad viene de ocultar lo que uno puede, sabe o quiere. En realidad, ocultar lo que uno puede hacer es a veces una grave falta de caridad o incluso de justicia, porque ¿qué pasaría con un médico que se paseara de incógnito delante de un grave accidente, so capa de humildad? Además, tanto en lo que uno puede como en lo que sabe, es fácil caer en la trampa de ocultarse para saber qué tan necesario es realmente uno.Y en cuanto a ocultar lo que uno realmente quiere, convengamos en que es más un acto de estrategia o de política que una genuina virtud. Un religioso, por ejemplo, yo creo que hace bien en decir abierta y explícitamente lo que quisiera, no para condicionar al superior legítimo, sino todo lo contrario: para darle la plenitud de elementos de juicio para la decisión que habrá de tomar.La genuina humildad tiene mucho que ver con la genuina paz. Esta es una clave para cultivarla, pues tanta falta nos hace. Hay tantos modos de falsa humildad que es fácil confundirse; no son en cambio muchas las formas de falsa paz. La falsa paz no dura mucho sino que pronto se convierte en ansiedad, irritabilidad, impaciencia, agresividad; o tal vez deseos de autosatisfacción, dependencia de placeres, gustos o amistades, hiperactividad o desidia, amargura, resentimiento o murmuración.Todos estos ecos de la falsa paz difícilmente pasan desapercibidos a un corazón que quiera ser sincero ante sí mismo y ante Dios. Lo cual es una gran bendición: avisados por estos frutos venenosos, entendemos que la supuesta humildad que teníamos no era de auténtico y fiable cuño, sino espurio.Y reconocer que no se tiene humildad es ya un auténtico acto de humildad. Por algo sucede que los santos más tenían en verdad esta virtud cuando menos creían tenerla.

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